A mitades de grado
décimo, a mi corta edad de 13 años, tuve una experiencia que ha ningún niño le
gustaría tener, una cirugía. Tenía un problema en mis pies y rodillas, llamado
pie cavo varo, consiste en que los músculos antagonistas
deforman el pie, provocando que aumente el arco plantar y que el apoyo se
realice sobre el borde externo del pie. Lo cual provoca que el pie se vuelva
muy inestable, produciendo dolor y frecuentes caídas.
Este
problema fue descubierto gracias a que un día fui al nutricionista, al pesarme
noto algo raro en mis pies y le comentó a mi mamá, lo cual la dejo muy
preocupada, en ese momento yo no estaba enterada de la gravedad del asunto; él
decidió recomendarle un buen médico traumatólogo, de inmediato pedimos una cita
para hablar con él sobre el problema. Cuando llego el día, me hicieron muchas
pruebas, recuerdo que me hacían caminar de un lado a otro, para mirar ciertos
movimientos, en mi cadera, rodillas y pies, claramente había un problema.
Caminaba sobre los bordes externos del pie, fue muy preocupante debido a que no
se sabía si el problema era congénito o neurológico, si el problema era
neurológico era demasiado grave porque comprometía mi sistema nervioso, pero si
era congénito había muchas posibilidades de una cirugía con éxito, para tomar
la decisión adecuada me mandaron una resonancia magnética, el resultado era
necesario llevarlo a una junta, donde experimentados doctores de diferentes
ramas como oncólogo, neurocirujano, traumatólogo, radiólogo, interpretaban las
imágenes para determinar el procedimiento a seguir.
Este
proceso de identificar la enfermedad, encontrar la solución e iniciar el
tratamiento duró aproximadamente un año, en la junta de médicos se diagnosticó
que el problema que me afectaba era congénito, la solución fue realizar un
procedimiento quirúrgico, el cual constaba de 6 cirugías en cada pie. Después
del diagnóstico dado, fueron muchos los exámenes especializados y de
complejidad que debieron realizarme por largas horas, unos más dolorosos que
otros. En medio de mi poca experiencia debido a mi corta edad, pensaba que no
era necesario realizar algún procedimiento, esto me llevo a manifestar comportamientos
de rebeldía, histeria y tristeza, buscando responsables donde no los había. A
pesar de todo eso, conté con el apoyo de toda mi familia, especialmente de mi
mamá y mi tía que me hicieron entender la importancia de realizar la cirugía,
el problema era muy grave, implicaba el movimiento de mi cuerpo y podría llegar
a una deformación total en mis pies, cadera y columna vertebral.
Finalmente llego
el día que tanto temía, recuerdo toda la preparación antes de la cirugía, como
despintarme las uñas, no comer absolutamente nada por 12 horas, bañarme con un
desinfectante especial, y demás. Ingresé a la sala de cirugías con mi mamá,
ambas muy preocupadas por la incertidumbre de cuál sería el resultado final,
minutos después, una enfermera se acercó y le pidió a mi madre que abandonara
la sala para dar inicio al procedimiento, me despedí de ella con lágrimas en
los ojos. Al entrar pude ver a muchos médicos, lo cual me puso más nerviosa
aún, tuve la fortuna de que el anestesiólogo fue muy atento su calidez y buen sentido
del humor permitieron que me tranquiliza. Me inyectaron varias veces, señalaron
partes de mi cuerpo en las cuales se realizaría la cirugía, al cabo de 10
minutos el anestesiólogo me puso una máscara especial la cual me dormiría
durante todo el proceso, ese fue mi último recuerdo de tan largo momento.
Al despertar, no
sabía dónde estaba, ya no era la misma sala en la que me encontraba horas
atrás. Con la poca fuerza que tenía decidí mirar mis piernas, las lágrimas
caían al ver un par de yesos en ellas. Una enfermera llegó de inmediato, muy
contenta me dijo que la operación había sido todo un éxito, no hubo
inconveniente alguno durante el procedimiento. Sonreí y le pregunté por mis
padres, me dijo que cuando saliera de la sala donde me encontraba los iba a
poder ver, miré a un grande reloj negro que estaba colgado en la pared, eran
las 5:00 PM habían pasado 10 horas. Sin darme cuenta me volví a quedar dormida,
la anestesia era muy fuerte. 1 hora después el médico me despertó, me comentó
ciertas cosas sobre la cirugía, me hacía ciertos chistes, y decía que había
sido muy valiente. Nos dirigíamos a la habitación por la que me hospedaría por
dos días. Ciertamente me gustan mucho las habitaciones de un hospital.
Mis padres y demás
familiares me estaban esperando dentro de ella, todos felices de ver que había
sido un éxito, había bombas, frutas, gelatinas y muchas cosas más. Las primeras
noches fueron muy dolorosas, en la madrugada siempre me quejaba del dolor en
mis piernas, mi mamá inmediatamente llamaba a una enfermera e iban a
inyectarme. En las tardes recibía visitas de mis familiares y amigos. Pasados
los dos días el medico dio la orden de salida. Al llegar a casa, todos estaban
muy pendientes de mí, no podía hacer nada sola, no podía moverme, mis necesidades
las hacía en un pato, para bañarme me forraban los yesos y me movían hasta la
ducha, estando ahí mi mamá me bañaba.
Este proceso fue
en vacaciones de colegio así que no perdí clases. El día de mis cumpleaños
fueron mis amigos, me llevaron muchos regalos y estuvieron conmigo todo el día.
Me dolía mucho estar así, verme en la cama, sin poder pararme ni hacer cosas
por mí misma. Así pasaron dos largos meses, con la misma rutina. Gracias a Dios
tuve la compañía de mi familia y grandes amigos, nunca estuve sola. Recuerdo un
día en la tarde recibir una hermosa visita de todos mis compañeros del colegio,
me llevaron una canasta de frutas y una carta firmada por todos ellos con sus
buenos deseos, estuvieron por largas horas.
Al finalizar los
dos meses estaba muy emocionada ya que mi vida iba a volver a la normalidad, me
iban a quitar los clavos y los yesos. Hubo una cita antes de todo el proceso, y
el médico me cometo que sí, iba a quitar todo pero me iba a poder unas vendas
que tendrían la misma función que un yeso, pero eran mucho más delgadas, no me
iban a fastidiar, iba a poder caminar, y solo durarían 20 días, yo no supe que
decir, solo quería llorar, pensaba que ya ese iba a ser el fin de todo, pero
no.
Llegó el día de la
cirugía, fue el mismo proceso, pero con una duración más corta. Al despertarme
vi las vendas, eran duras, me impedían la movilidad en el pie. Las lágrimas
corrían, quería que todo acabara ya. No fue muy duro, ya que si podía hacer
muchas cosas que los yesos me impedían, podía caminar, claramente solo por
ciertos espacios de la casa, podía ir al baño sola y demás, pero no quería
salir así, ni estar en silla de ruedas, así que por todo ese tiempo estuve
dentro de la casa.
En este tiempo, ya
habían finalizado las vacaciones, pero yo seguía sin poder asistir a clases,
mis padres tuvieron que ir a hablar con los rectores para que me enviaran todos
los trabajos al correo durante ese mes. Mis amigos iban a mi casa en las tardes
varias veces por semana y me llevaban trabajos que tenía que realizar y en
ocasiones los hacíamos juntos, esto fue de gran ayuda ya que no me atrasé
tanto.
Pasaron los 20
días, más rápido de lo que esperé y no fue doloroso. Volví al médico, me quitó
las vendas, me dijo que todo estaba excelente, no había tenido ningún problema.
Por los yesos, mis piernas estaban flacas y no tenía fuerza en los músculos,
claramente después de 3 meses con ellos, no podía caminar, fue otro largo
proceso, tuve que hacer 30 terapias, para poder hacerlo. Me sirvieron mucho, ya
todo volvió a la normalidad.
Fue un proceso de
casi 3 meses, sin poder salir, ni hacer cosas por mí misma, sentía que nada de
eso era necesario, pero al finalizar todo, ver fotos del antes y el después de
la cirugía me ayudaron a recapacitar, darme cuenta que ese problema hubiera
podido acabar muchas partes de mi cuerpo, con el paso del tiempo iba a
impedirme hasta el movimiento.
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